Después de mucho tiempo, volvemos con una entrada acerca de situaciones comunes que se dan en una relación de pareja: lo que hacemos por el otro/a.
Cuando trabajamos temas relacionados con la pareja (sea en terapia individual o terapia de pareja) afirmaciones del tipo «lo hago por él/ella», «yo que me desvivo por él/ella y no me lo reconoce». Seguramente todos nos reconocemos habiendo dicho (o pensado) esto en alguna ocasión. Hacemos muchas cosas por el bienestar del otro/a, y muchas veces no nos sentimos recompensados por ello o siquiera agradecidos. En estas circunstancias, muchas personas deciden dejar de hacer aquello que hacían para ver si su pareja lo echa en falta, siendo este «echar en falta» una suerte de reconocimiento a nuestras acciones.
Dos peligros acehan esta estrategia de hacer por el otro/a. Por un lado, al ser hago que está controlado (es decir, depende de) por cómo el otro reaccionará, es muy probable que haya momentos en los que no consigamos esa reacción deseada. Cuando esto ocurre, aquello que hacíamos para agradar, se convierte en un arma arrojadiza en forma de reproche («con todo lo que yo hago por ti y tú no haces nada por mi»), de tal manera que acabamos haciendo responsable de nuestras acciones a nuestra pareja (hijo, compañero/a, familiar, etc.). Por otro lado, el «hacer por el otro» puede llevar a hacer cosas que realmente no deseamos, pero que somos incapces de dejar de hacer por temor a que la otra persona se enfade y, en consecuencia, pueda peligrar la relación.
Desde ACT y la Terapia Integral de Pareja intentamos fomentar la (auto)responsabilidad, esto es, hacer porque para mi es importante, porque al hacerlo estoy siendo como a mi me gusta ser en la relación (pareja, padre, hijo, amigo, etc.) y no sólo porque al otro le guste que lo haga. Siendo conscientes de que elijo hacerlo y yo soy el único responsable por haberlo hecho. Así, quizá sea más interesenta plantearse si seguiría haciendo tales cosas en caso de que la otra persona no fuera a notarlo. Es decir, hacerlo porque valoro la relación con esa persona y no directamente lo que otro/a va a sentir por mi si hago tal o cual. No por conseguir su amor sino por expresar el mío.
Intimamente relacionado con esto está el hecho de nuestra sensibilidad al efecto de lo que hacemos (sensibilidad a las contigencias en términos técnicos), ya que no se trata de actuar mirándonos el ombligo, sino al mundo que nos rodea y, en particular, a las personas que amamos. Regular nuestro comportamiento en función del efecto que tiene sobre otros es, sin duda, un repertorio necesario cuando hablamos de relacionarnos con alguien.
A todos nos gusta ver a nuestras parejas felices, pero debemos plantearnos si la felicidad del otro es nuestra responsabilidad, o algo en lo que podemos ayudar pero de lo que no somos los últimos responsables.